Un poco de historia...
A lo largo de la historia el hecho de administrar el tiempo ha sido una necesidad para el ser humano. Querer tener mayor control sobre el tiempo llevó al planteamiento de una división cronológica del tiempo semántico.
Partimos de que un año astronómico dura 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos, que es el tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta alrededor del Sol. Con los primeros calendarios se logró predecir las estaciones, las cuales deberían empezar siempre en las mismas fechas, favoreciendo así un control más eficaz de la siembra y la recolección, lo que les permitiría planear mejor sus vidas.
Para confeccionar estos calendarios, al principio se tomaba como referencia los ciclos lunares pero eso generó muchas dificultades para controlar la agricultura, ya que el calendario lunar no encajaba con el año solar. Por lo que más tarde, bajo esta necesidad, aparecieron los calendarios solares. Julio Césarfijó en el año 46 A.C. la duración del año en 365 días y 6 horas. Para no ir acumulando año tras año estas 6 horas, se intercaló un día extra cada 4 años: 6 horas x 4 años = 24 horas (un día). Estos años son llamados bisiestos.
Pero como podemos comprobar, el modelo de Julio Cesar, llamado Calendario Juliano, era un poco más largo que el astronómico:
Esto generó que en 1582, XVI siglos después de que el calendario Juliano entrara en vigor, se tuviera que pasar de un día para otro del 4 de octubre al 15 de octubre, haciendo desaparecer 10 días a causa de esos más de 11 minutos de más que tenía el calendario Juliano. Para que no volviera a ocurrir, el Papa Gregorio XIII sustituyó el calendario Juliano por el Calendario Gregoriano, donde ajustó este desfase aplicando estas condiciones a los años bisiestos:
Múltiplos de 4.
Salvo que sea divisible entre 100.
Si es múltiplo de 400 también es bisiesto.
Por lo que el año 1700 no fue bisiesto, y en cambio en el año 2000 sí.
Aún con tantas condiciones, el año Gregoriano es 26 segundos más largo que el año astronómico, lo que implica un día de diferencia cada 3323 años. Por ello se ha propuesto quitar un día cada cuatro mil años, es decir que el año 4000, 8000 y 16000 no será año bisiesto (aunque les tocaría).
¿Por qué los meses del año se llaman como se llaman?
El origen de nuestros meses se remonta al antiguo calendario romano que sólo tenía 10 meses.
Martius era el primer mes del Calendario Romano antiguo y era nombrado en honor a Marte, el dios de la Guerra. Esto era porque durante este mes se planeaban todas las campañas militares que tendrían lugar durante el transcurso del año. Nuestro mes de marzo.
Aprilis derivado de Aperire (Aperta), abrir, porque es cuando las flores florecen. Y mes de Afrodita, diosa del amor. Nuestro mes de abril.
Maius consagrado a Maia, una de las diosas más ancianas de Roma (mayo).
Junio, dedicado a la diosa etrusca Juno, diosa del matrimonio (junio).
El resto de meses del año adquiría su nombre según el orden numérico:
Quintilis, quinto (julio)
Sextilis, sexto (agosto)
September, séptimo (septiembre)
October, octavo (octubre)
November, noveno (noviembre)
December, décimo (diciembre)
Al principio dos meses eran ignorados, unos 61 días, como podéis comprobar si contáis los meses descritos anteriormente. Los meses ignorados tocaban en la época invernal. Durante el período que ocupaban estos meses se vivía un período festival esperando la primavera. Con el paso del tiempo se hizo presente un desfase importante en las estaciones. La solución a este problema se logró con Numa Pompilius, quien agregó los dos meses restantes: Januarius y Februarius, como los dos meses invernales faltantes.
Januarius, dedicado a Jano dios de las puertas, al comienzo del año (enero).
Februarius, dedicado a Plutón (Februus), dios del infierno, de los muertos (febrero).
En la época imperial, quintilis y sextilis fueron sustituidos por julio y agosto en honor de Julio César y de Octavio Augusto.
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